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domingo, 18 de septiembre de 2011

Capítulo 4


Karen y Nöel
El tiempo había pasado volando y ya estaban preparadas para irse de viaje a Madrid. Como ya tenían que pagar el hotel y el concierto, habían decidido ir conduciendo hasta la ciudad. Es verdad que eran más de cinco horas de viaje, pero para algo habían madrugado.    
Finalmente habían decidido pasar dos noches en Madrid, así el tiempo que les sobrara del primer día y la mañana del segundo la podían pasar visitando la ciudad, porque nunca habían estado allí.
En aquel momento estaban en el garaje. Ilya y Alazne irían en el coche del primero, y tras muchas protestas y peticiones, Karen y Nöel habían conseguido que sus padres accedieran a dejarlas ir en su coche. Estaban subiendo las mochilas de deporte al maletero, que habían llenado con ropa y lo necesario para dos días, incluyendo bañador, porque el hotel al que iban tenía piscina.
-       ¿Habéis cogido muda (N.A.= Ropa interior) suficiente? – les preguntaba Anastacia dando los retoques de última hora -. ¿Y en el neceser lleváis todo lo que necesitáis? ¿Lleváis toallas para la piscina?
-       Sí, ama – suspiró Karen con paciencia -. Lo tenemos todo, aunque no hacen falta toallas para la piscina, esas también te las proporciona el hotel.
-       ¿No se os olvida nada? – preguntó por enésima vez.
-       No, ama, tranquila – rió Nöel, más comprensiva que su hermana -. Además Ilya y Alazne vienen con nosotros. Ellos cuidarán de que no nos falte nada.
-       Portaos bien – les aconsejó Aleksandr -. Sobre todo tú Karen.
-       Aita, si yo soy un cielo – medio protestó, medio rió su hija mayor.
-       Sí, sí – rió su padre -, entonces pórtate como tal.
-       Me portaré bien, tenéis mi palabra – respondió la chica, solemnemente luego abrazó y besó a sus padres y se metió en el asiento del copiloto.
-       Hasta dentro de tres días – se despidió Nöel -. Os llamaremos todos los días y hoy nada más llegar.
-       No os olvidéis – pidió su madre, un poco preocupada -. Pasadlo bien.
-       Lo haremos – respondió ella mientras se metía en el asiento del conductor.
Ilya arrancó su coche y salió del garaje seguido por su hermana pequeña. Se pararon un momento para despedir con la mano a sus padres y luego se pusieron en marcha a la capital.
-       Todavía no sé porque he accedido a que conduzcas tú – gruñó Karen.
-       Porque tanto tú como los aitas e Ilya saben que conduzco con más precaución que tú – rió Nöel.
-       Odio cuando tienes razón – refunfuñó la mayor.
-       Lo sé – fanfarroneó su hermana.
-       Vamos a ver a Tokio Hotel en directo – dijo en aquel momento Karen emocionada, olvidándose de su enfado -. Los vamos a ver Nono.
-       Sí, Kara – sonrió Nöel -, lo sé. Yo también estoy muy emocionada.
-       Y vamos a estar unos cuantos días cuidándonos nosotras mismas. Nos han dado un poco de independencia – celebró Karen -. ¡Eso mola! – y le dio un golpe en el brazo a su hermana.
-       ¡Karen! – se quejó la pequeña -. Cuidado, que estoy conduciendo.
-       Ups, perdón – se disculpó su hermana -. Mejor me estoy quieta que si no hago que tengamos un accidente y no veo nunca a mis chicos.
-       Eso – corroboró Nöel -. Tú piensa así y seguro que no nos pasa nada.
-       No te distraigas tú con algún conductor guapo – la retó Karen.
-       Si se distrae alguien con un conductor guapo serías tú, y volverías a pegarme en el brazo – negó Nöel.
-       Tienes razón – las dos rieron, tranquilas y alegres.
Condujeron durante dos horas y media seguidas, por lo que ya habían hecho medio viaje. Eran las diez de la mañana y pararon en una estación de repostaje para desayunar y luego seguirían el camino.
Aparcaron un coche al lado del otro y se juntaron para entrar los cuatro juntos en el bar restaurante que anunciaba un desayuno que incluía café o cola-cao con un zumo, una pieza de fruta y un poco de bollería por 5,50€.
-       ¿Cómo va, Nöel? – le preguntó Ilya.
-       Bien, excepto cuando Karen me da un manotazo cada vez que ve a un conductor que según ella está para “una sesión de pilates xxx” – rió la chica. 
-       ¡Karen! – la riñó su hermano -. Sabes perfectamente que no debes distraer a Nöel cuando va conduciendo. Puede ser peligroso.
-       Lo decía en broma – se quejó Karen -. No he hecho eso en ningún momento.
-       Es verdad – dijo Nöel -. Simplemente es que nada más salir me ha pegado una manotazo ilusionada porque vamos a ver a Tokio Hotel y le he pedido que no lo vuelva a hacer y ella me ha pedido que no me distraiga con un conductor guapo.
-       Pero por lo demás, ¿bien, no? – les preguntó Alazne -. ¿Estáis cansadas o algo?
-       No, voy bien – respondió Nöel -. Karen se ha pasado el viaje hablando por teléfono. Al parecer estaba cancelando unos planes con unos amigos que no sabían que íbamos a venir a Madrid.
-       ¡Cómo no, Karen siempre deja las cosas para el último momento! – suspiró Ilya.
-       Deja de darnos la tabarra y vamos a desayunar – pidió Karen -. Me estoy muriendo de hambre.
Y sin comentar nada más, se metieron en el bar-restaurante y pidieron cuatro desayunas a la camarera que les atendió. Después de desayunar y de que las chicas le pusiera gasolina al coche porque el depósito lo tenían medio vacío, retomaron el camino y empezaron el último trozo de camino que les llevaría hasta la ciudad.
Karen estaba cada vez más nerviosa y Nöel vio por el rabillo de los ojos cómo empezaba a estrujarse las manos. Y entonces vislumbraron la ciudad a lo lejos. Un tumulto de altos edificios entre los que se intercalaban algunos rascacielos. Una masa enorme y gris que estaba cubierta por una burbuja de humo negro por la contaminación.
A las chicas les llamaron la atención cuatro de los rascacielos que desde la carretera que iban ellas se veían a la derecha de la ciudad. Eran los más altos de la ciudad y estaba muy cerca entre ellos.
-       Fíjate – dijo Nöel -, ese tiene forma de pintalabios, y ese otro de cohete.
-       Y los otros dos pareces un mondadientes y unas cajas – rió Karen.
-       Inconfundibles y con nombre – rió Nöel.
-       Estamos a punto de llegar, Nöel – comentó Karen un poco ansiosa.
-       Sí – la pequeña no sabía qué decir, estaba igual de emocionada que su hermana.
Al cabo de los veinte minutos habían llegado a los pies de la ciudad y se adentraban entre sus calles de edificios muy altos y tiendas de ropa y complementos de hombre y mujeres por todos los lados. Todos en perfecta sucesión. Tienda, edificio, edificio, edificio, tienda, restaurante, tienda, edificio…
Tras callejear un poco por la calles y con Ilya señalándoles cosas a través del manos libres, llegaron al hotel en el que se hospedarían por dos días, ya que al tercero saldrían temprano de vuelta a San Sebastián. Un guardia les dejó pasar al parking subterráneo del hotel y tras aparcar los coches en las plazas que les correspondían, subieron a recepción para que les indicaran cuales serían sus habitaciones.
Subieron al cuarto piso y les tocaron las habitaciones 416 y 417, que eran contiguas y tenían una puerta que las conectaba. Decidieron que desharían las maletas y luego se irían a dar un paseo por el Retiro, que quedaba bastante cerca de allí. Luego irían a comer a algún restaurante y después volverían al hotel para pasar la tarde tomando el sol en la piscina y bañándose.
Quince minutos después se juntaron fuera de las habitaciones, y los cuatro juntos, se fueron andando hasta el Retiro. Las gemelas miraban a todos los lados, asombradas de ver tanto edificios tan altos y tantos comercios de los que entraba y salía un montón de gente. Llegaron al retiro que era un espacio verde en mitad de aquel centro urbano. Lo pasaron bien dando un paseo en barca y viendo los músicos, bailarines, pintores… y cualquier otra persona que intentaba conseguir dinero mostrando sus habilidades.
Salieron del parque poco antes de las dos y se fueron a un restaurante italiano llamado Ginos donde pidieron pizza y pasta para comer en un ambiente tranquilo y relajado mientras comentaban qué podían hacer a la mañana siguiente antes de que Karen y Nöel se fuesen a hacer cola al estadio de fútbol.
Poco antes de la cuatro terminaron de comer y volvieron a su hotel. Subieron aprisa a sus habitaciones porque hacía un calor achicharrante. Se pusieron rápidamente los bañadores y bajaron a la piscina, dispuestos a ponerse morenos y refrescarse un poco dándose un baño. Alazne e Ilya se fueron directamente a darse un baño, mientras las gemelas, tras haberse dado crema con protección solar, se tendieron en un par de hamacas cerca del borde de la piscina y se tumbaron para tomar el sol.

Bill y Tom

Tenían un rato libre por lo que decidieron ir a visitar a su amigo Andreas que estaba hospedado en un hotel cerca del suyo. Se pusieron bañadores-bermudas y unas camisetas del algodón de manga corta para disimular sus distintos estilos que los harían reconocibles en cualquier parte del planeta. Llevaban gorras y gafas de sol enormes para que no fuera fácil reconocerles (N.A= Sé que es un poco imposible que nadie les reconozca, pero para algo esto es sólo una historia).
Dejaron a Gustav y Georg haciendo el vago en su propio hotel mientras ellos se dirigían al de Andreas. Consiguieron llegar sin ningún altercado hasta el hotel, sin que ningún paparazzi o fan loca los reconociera. Cuando llegaron se fueron directamente a la piscina, donde habían quedado con su amigo.
Se acercaron hacia allí y lo vieron esperándoles guardando unas hamacas para los tres. Cuando los vio llegar, les hizo gestos con las manos de que se acercaran y se tumbaran al lado de él.
-       ¿Qué tal, tío? – saludó Tom mientras le apretaba la mano y miraba a su alrededor. 
-       Bien, ¿y vosotros? – les preguntó el chico a los gemelos.
-       De lujo – suspiró Bill mientras se sacaba la camiseta y se tiraba en la tumbona (N.A.=Todavía no tenía el tatuaje del costado y el de la cadera lo tapaba el bañador. En el brazo se había puesto una tela que disimulaba su tatuaje de demanda de libertad a pesar de que parecía que no llevaba nada).
-       Sí, David no nos está haciendo ensayar mucho porque las cosas van muy bien y tenemos un montón de tiempo libre que no sabemos ni cómo usar – contó Tom mientras paraba su mirada en dos chicas iguales que estaban tumbadas un poco más allá de Bill -. Veo que te has cogido un hotel donde hay un montón de bellezas.
-       No empieces – gimió Bill.
-       Tranquilo, hermanito – rió Tom -. Esta vez también hay para ti. Mira a tu izquierda y verás dos chicas iguales.
-       ¿Son gemelas como nosotros? – a Bill le emocionaba siempre que veían a algún gemelo -. Es la primera vez que nos cruzamos con chicas gemelas – se incorporó y miró a su izquierda para ver a las chicas.
Y entonces vio a Karen y Nöel que estaban tumbadas un poco más allá de ellos tomando el sol. Les parecieron preciosas a los dos. El sol sacaba destellos a sus cabellos pelirrojos y resaltaba sus rasgos finos y delicados. En aquel momento se incorporó una de las dos y se estiró como un gato, atrayendo la atención de los dos chicos a su perfecta y etérea figura. Entonces la chica se giró hacia la otra que estaba al lado suyo y le agitó desde el hombro para despertarla, por lo que parecía estaba dormida.
Cuando se levantó ella, se puso directamente de pie y su puso de puntillas y levantó los brazos lo más alto que pudo mientras bostezaba graciosamente. Ésta tenía el pelo recogido en una coleta que hacía que se marcaran más los rasgos finos de su cara.
Sin duda, las dos chicas eran idénticas, pero Bill consiguió distinguir que una tenía el flequillo para un lado y la otra para el otro. Se giró hacia su hermano y su amigo con la mirada brillante.
-       ¡Son preciosas! – exclamó alegre.
-       ¿Y si nos acercamos a ellas para conocerlas un poco? – preguntó Tom.
-       ¿Estás seguro? – dudó Bill -. ¿Y si nos reconocen?
-       ¿Quiere conocer a las primeras gemelas que nos encontramos y que además están como un tren o no? – le retó su hermano.
-       Está bien – aceptó Bill y se dispuso a levantarse.
Pero en aquel momento un chico y una chica que salían de la piscina se acercaron a ellas. Los dos parecían mayores que ellas y venían riéndose. Se sentaron a los pies de las hamacas de las gemelas y se pusieron a hablar con ellas animadamente.
Bill y Tom se cortaron un poco al verlas acompañadas y decidieron quedarse donde estaban y observarlas desde lejos. El chico agarró a la que no tenía coleta rodeándole el cuello con un brazo y con la mano que tenía libre le revolvió el pelo. La chica trató de soltarse y empezó a protestar con un mohín enojado en la cara que hizo mucha gracia a los gemelos que miraban todo lo que pasaba atentamente.
Ante las protestas de la chica el chico la cogió en brazos y se lanzó a la piscina con ella sujetándose a su cuello mientras le gritaba amenazas. Su gemela y la otra chica no paraban de reír y todavía se carcajearon más cuando vieron salir a la superficie la cara enojada de la chica e intentó hacerle una ahogadilla al chico, terminando ella otra vez debajo del agua.
-       Te mataré, Ilya – la oyeron gritar Bill y Tom mientras volvía a aparecer su cara a la vista.
-       Inténtalo Karen, me gustaría verte intentarlo – le retó el chico que respondía al nombre de Ilya.
Bill y Tom se miraron entre ellos. Ilya era un nombre ruso, que debería ser más común en Alemania que allí en España.      
-       Bueno – comentó Tom -. Ya sabemos el nombre de dos.
-       ¿Serán pareja o algo? – se preguntó Bill, interesado.
Pero cuando las otras dos chicas hablaron les llegó enseguida la respuesta y lo equivocada de su teoría.
-       Hermanito, sabes perfectamente de lo que es capaz Karen – rió la otra pelirroja.
-       Nöel tiene razón, cariño – rió la chica más mayor -. Hasta yo conozco muy bien a Karen.
-       ¿Tú también, Alazne? – se quejó el joven -. ¿Es que estáis todas contra mí?
-       Claro que sí – respondió la tal Alazne mientras se acercaba a Ilya y le daba un beso -. Es que te odiamos tanto…
-       ¡Nono, ven al agua! – le gritó Karen a su gemela -. ¡Está buenísima!
-       No me llames así a gritos, parece que te diriges a un personaje de Shin Chan (N.A.=Programa de televisión de dibujos animados no estoy segura de si japonés o chino. El niño es un sinvergüenza enamoradizo) – se quejó Nöel mientras se acercaba a la escalerilla que daba al agua.
-       Deja de quejarte Nöel y ven – la amonestó Karen.
-       Ya voy, Kara – respondió al otra mientras seguía su ritual de antes de meterse al agua.
-       Tú tampoco me digas así en público, parece que dices cariño en italiano – dijo con ironía Karen mientras la otra se mojaba el estómago, el interior de las muñecas y la nuca.
-       Y es así, sólo que no te diría cariño en mi vida – rió Nöel mientras se mojaba la cabeza -, sería incesto a lo que nos llevaría que te llamara así.
El cantante y guitarrista de Tokio Hotel seguían divertidos el cambio de palabras que se estaban haciendo las dos hermanas ante la risa de los otros dos. Se habían sentido aliviados al darse cuenta de que el tal Ilya no era novio de ninguna de las dos chicas y que en realidad eran hermanos. Todavía no se decidían a acercarse a ellas porque Ilya y Alazne seguían pendiente de ellas y miraban como en aquel momento, Karen salpicaba a Nöel y ésta protestaba.   
-       Son muy guapas ¿verdad? – les preguntón Andreas, que miraba cómo sus amigos observaban embobados a las gemelas -. Me las he cruzado antes en el pasillo y me han saludado. Son muy simpáticas.
-       ¿Te han saludado? – le preguntó Bill con envidia.
-       ¿Las has visto de cerca? – fue lo que preguntó Tom -. ¿Son tan guapas de cerca como de lejos?
-       Más – respondió Andreas con una enigmática sonrisa.
-       Imposible – refutó Tom.
-       Créeme, son más guapas de cerca porque te das cuenta de que son de verdad y no una especie de ninfas que ha creado tu mente – rió Andreas.
-       Cómo me gustaría hablar con ellas – se lastimó Bill, mirando con respeto (N.A=Podría ser lo mismo que miedo o precaución) a Ilya y Alazne que estaban todavía sentados en las hamacas viendo cómo se bañaban Karen y Nöel -. Aparte de gemelas… guapas. Eso no se encuentra todos los días – protestó.
-       Tranquilo, hermanito – rió Tom al ver la cara triste de Bill -. Algo me dice que si no hablamos con ellas hoy, cualquier otro día podremos hacerlo.
-       Mañana no, desde luego – se quejó Bill -. Como es el concierto, David no nos va a dejar tranquilos durante todo el día. Y no sabemos cuánto tiempo se van a quedar alojadas en este hotel.
-       Igual nos las encontramos en alguna otra ciudad – aventuró Tom -. Desde luego no tienen el acento que les he oído a las personas de ésta ciudad (N.A=Sé que no saben hablar en castellano, pero supongamos que en esta historia, mágicamente lo entienden y lo hablan xD).
En aquel instante, vieron que las dos chicas salían de la piscina y después de coger las toallas que les tendía Ilya y se las envolvían alrededor del cuerpo, se levantaban los cuatro y se dirigían al interior de hotel. Los gemelos vieron cómo su última oportunidad de hablar con ellas se desvanecía a medida que les veían desaparecer en el recibidor del hotel.  
Después de decidir olvidarse durante un rato de las dos chicas gemelas, Bill y Tom se quedaron un rato largo hablando y divirtiéndose al lado de su amigo. Estuvieron hablando de diversos temas y discutiendo diferentes puntos de vista sobre otros.
Finalmente, volvieron a su hotel cuando empezaba a caer la noche. Tras una tarde de conversaciones intrascendentes, los dos volvieron a recordar a las dos chicas que habían encontrado en la piscina y que, a pesar de que todavía no lo sabían, darían mucho que decir en su vida en adelante...

viernes, 9 de septiembre de 2011

Capítulo 3


David
El manager del famoso grupo alemán Tokio Hotel zapateaba contra el suelo del aeropuerto con impaciencia. En una de las estaciones les esperaba el jet privado que los iba a llevar hasta Madrid, donde tenían un concierto dentro de tres días. Pero una vez más, los chicos llegaban tarde. En el tema de la música y todo lo demás eran geniales, pero con los horarios, estaban más despistados que una brújula dentro de una lavadora.
Se imaginaba cómo podía ser la situación en aquel momento. Georg y Gustav estarían aporreando la puerta de Bill de la habitación del hotel de Suiza en el que estaban alojados en aquel momento. El cuarto contiguo sería el de Tom, ya vacío y con un maletón esperando en la puerta mientras él se había metido en la habitación de su gemelo y le metía prisa a gritos.
Podía ver el ceño fruncido de Bill mientras metía la ropa de forma no muy ordenada en su maleta y gritándole a pleno pulmón a su hermano que lo dejara en paz mientras se pasaba la mano por el pelo suelto nervioso de vez en cuando. Tom estaría repantingado en el sofá viendo algún programa salido de tono en la tele, enojando más a Bill. Y entonces Bill dejaría de hacer su maleta, se pondría delante de su gemelo y empezaría a gritarle más todavía.
Pero tenía que admitir que ya estaba acostumbrado. Tenían aquel numerito, sino siempre, la mayoría de veces que se preparaban para viajar a otro lugar. Lo que tenían de bueno es que “sólo” llegaban dos horas tarde, normalmente. Los pilotos de los aviones en los que tenían que viajar habían aprendido de experiencias de otros que con aquel grupo siempre tenían que ser pacientes y esperar antes de que pudiesen despegar para partir hacia su destino.
Ya llevaban hora y media de retraso, por lo que no deberían tardar mucho en llegar. Y como si un hada misericordiosa hubiese oído su ruego, los chicos aparecieron al principio de la terminal. Iban rodeados de quince guardaespaldas por lo menos. Justo en medio, iban los cuatro chicos, y ¿cómo no? Bill y Tom llegaban discutiendo. Con una pizca pequeñísima de curiosidad, se preguntó por qué estarían discutiendo aquella vez, aunque la mayoría de las veces solía ser el mismo tema. Pero sus dudas enseguida se disiparían y acabaría harto de ellos por un rato, como siempre.
-       … en tus problemas! – venía gritando Bill.
-       ¿Quién te ha dicho que mis problemas no sean los mismos que los tuyos? – le retó Tom.
-       No lo creo, porque yo por lo normal no tengo problemas – decía Bill -. Eres tú el causante de ellos cuando vienes a donde mí intentando solucionar los tuyos.  
-       Pero tú como buen hermano deberías ayudarme a solucionarlos – prosiguió Tom, justo cuando llegaron al lado de David.
-       Pero es que estoy harto de esos problemas – se quejó Bill.
-       Que te pida ayuda para cortar con una chica no es tanta cosa – replicó el otro.
-       A diferencia de ti, querido hermano – ironizó el más joven -. Yo no voy rompiéndole el corazón a una chica cada vez que hacemos una parada en un país para un concierto.
-       No a todas les rompo el corazón – protestó el mayor -. Algunos vienen a por mí para lo mismo que yo las quiero… sexo.
-       No te atrevas a hablar de algo tan importante de forma tan vulgar conmigo – le pidió Bill y le dio la espalda para ignorarle.
-       ¿Qué ha pasado esta vez? – suspiró David.
-       Es que Bill…
-       Es que Tom… - los dos lo dijeron a la vez y se quedaron mirándose con furia asesina.
-       Tom me ha venido esta mañana, cuando ni siquiera había despertado – empezó a contar Bill – y me ha dicho que yo tenía que echar de su habitación a la chica con la que se acostó anoche. Porque ella no dejaba de llorar y decía que no aguantaba ver a la chica llorando un solo momento más.
-       Cada vez que intentaba decirle que se tenía que ir – se quejó Tom – se pegaba a mí como un pulpo a sus bolsas de tinta y no dejaba de pedirme que me la trajera.
-       No me puede pedir algo así cuando yo tengo que empezar a prepararme – dijo Bill -, y encima el problema es suyo.
-       ¡Pero él como hermano debería ayudarme con mis problemas!
-       ¿Cuándo me has ayudado tú a mí con…?
-       ¡Basta! – soltó David de golpe haciendo que todos se quedaran mirándole -. Me dan igual a esta altura vuestras rencillas. Arreglaos como queráis. Pero ahora, hora y media más tarde de lo que habíamos quedado, tenemos que tomar un jet e irnos a Madrid. Así que, andando.
Les dio la espalda y empezó a andar por aquellos pasillos de quita y pon que te llevaban directamente a la puerta del avión. Los gemelos volvieron a lanzarse miradas asesinas pero luego los siguieron con Gustav y Georg por detrás, que a su vez eran seguidos por cuatro guardaespaldas que volarían con ellos.
Los gemelos se enfurruñaron y se negaron a mirarse durante el rato que subían al ascensor y lo que duró la primera hora de viaje. Tom decidió ponerse al lado de Georg y estuvieron hablando entretenidamente todo el rato, a pesar de que el guitarrista echaba de vez en cuando miradas furtivas a su hermano que estaba sentado al lado de Gustav. Parecía que estaban hablando apasionadamente sobre un tema muy importante, porque a los dos se les veía muy enfrascados en la conversación.
A Tom le dieron celos posesivos. A pesar de que se peleaba mucho con su hermano y decía siempre que él era el culpable de todo, la verdad es que pensaba en Bill casi más que en nadie en el mundo. Pasaba todos los días al lado suyo y creía que siempre podía contar con él, pero en momentos como aquel se daba cuenta de que si hacía enfurecer mucho a su hermano, éste le podía mandar al diablo e irse con cualquier otra persona a pasar el rato.
Entonces tomó una decisión que con cualquier otra persona no habría tomado, sólo su hermano tenía el privilegio de lo que iba a hacer en aquel momento. Se levantó de su asiento dejando a Georg con la palabra en la boca y se acercó a Bill. Georg, viendo a dónde se dirigía, en vez de enojarse y sentirse ofendido, sonrió con comprensión.
-       Bill – lo llamó Tom cuando llegó al lado de su gemelo.
-       ¿Qué quieres? – le preguntó Bill, todavía enfadado, sin girarse del todo hacia él.
-       Yo… verás es que… - le costaba un poco empezar pero al final lo soltó -. Lo siento.
-       Tonto – rió mientras se levantaba y se quedaba a la par de su hermano -. Yo también siento haber reaccionado de forma tan exagerada.
-       Los dos somos unos tontos – aceptó Tom rascándose la nuca, arrepentido.
-       Sí.
Y dicho esto, los dos se fundieron en un fuerte abrazo. David sabía que dentro de dos minutos estarían otra vez discutiendo levemente sobre cualquier tontería, pero en aquel momento la discusión importante ya estaba arreglada. Sonrió para sus adentros y volvió a alzar el periódico que estaba leyendo. Un artículo había llamado su atención. En una ciudad llamada… San Sebastián ponía en el periódico, pero no sabía cómo se pronunciaba aquello, habían encontrado a un pescador en la orilla de una playa. Un pescador que dos días antes habían dado por muerto. El pobre hombre parecía haberse vuelto loco porque contaba que un ser con cola de pez del tamaño de un humano lo había sacado del agua.
“Seguro que a los chicos les gustaría pasar allí las vacaciones” pensó. Al fin y al cabo era una ciudad muy pequeña, y al parecer era muy recurrido y turístico. “Después del concierto en Barcelona, que es la última ciudad de la gira, haré que vayan ahí para descansar durante un par de semanas. Se lo han ganado”
Y a los veinte minutos después, tal y como había previsto David, los gemelos estaban otra vez afilando sus lenguas. Era ley de vida. Pero esta vez no le interesó lo más mínimo lo que fuera de lo que había surgido la disputa. Sonrió y pasó a la última página del periódico, dispuesto a olvidarse de las rencillas de los chicos durante la siguiente hora en que tardarían en llegar al aeropuerto.
***
Una hora después aterrizaban limpiamente en el aeropuerto Barajas de Madrid, con una hora más de día. A los cuatro guardaespaldas que habían viajado con ellos se unieron los demás y se fueron abriendo paso hasta los coches que los esperaban para llevarlos al Hotel Ritz que quedaba cerca de un lugar llamado “El Retiro” que David pensó que podrían visitar alguno de esos días en los que estarían por allí si no tenían mucho trabajo ensayando. Aparte tenían que dar una entrevista en un programa que por allí debía ser bastante famoso llamado “el Hormiguero”.
David había investigado sobre aquel programa de televisión cuando los llamaron y había visto unos vídeos en YouTube. Habían ido más famosos, cantantes también, como los Jonas Brothers, Miley Cyrus, Alexa Dixon, Kesha… No les vendría mal un poco más de publicidad en aquel país.
Montaron en los todoterrenos que les esperaban y se fueron directos al hotel de lujo que les esperaba ansioso. No siempre venían huéspedes que aparte de pagar el precio de unas cuantas noches podían dejar una generosa propina. Ellos, eran maestros del márquetin y eran capaces de sacarles dinero al más pobre.
Pero, obviamente, David tenía mucha experiencia en aquellos temas y no pensaba ceder un ápice. De modo que cuando llegaron y el portero les recibió con un cordial y respetuoso “Bienvenidos señores”, seguido de unas cuantas alabanzas, no se dejó impresionar.
En la recepción les atendió una mujer bonita pero ya entrada en los treinta que vestía el uniforme del hotel y se dirigió a ellos con el mismo respeto que minutos antes había demostrado su compañero de trabajo. Les dio las tarjetas que hacían de llave para las habitaciones y en cosa de media hora ya estaban todos acomodados. Los chicos se prepararon porque David les avisó que tenían que ir al estadio donde darían el concierto para hacer una prueba de sonido y así se quitaban de encima en tener que estar pendientes de hacerla. Por lo que volvieron a coger los todoterrenos y se pusieron en marcha hacia el Vicente Calderón.

Bill

Bill miraba extasiado por las ventanillas tintadas del coche y veía pasar los edificios altos, grises y aburridos uno tras otro. A los demás les importaba menos ver cómo era la ciudad en la que estaban y charlaban animadamente entre ellos.
Él ya había estado en muchas ciudades antes, y la verdad es que no gran cosa le llamó la atención sobre ésta en particular. Vería sucederse los mismos edificios uno tras otro, con igual monotonía.
Pero por lo menos prestó un poco de atención a lo que lo rodeaba, no como sus compañeros, que estarían hablando de alguna modelo famosa, rica y guapa. Bill eso era lo que no entendía. Todas las modelos que había conocido él tenían el cerebro más pequeño que el de un mosquito.   
Pero no tuvo más tiempo para preocuparse por ello, porque al fin, tras unos buenos veinte minutos atravesando la ciudad, llegaron a aquel estadio de fútbol que había leído que se llamaba Vicente Calderón, ¡a saber cómo se pronunciaba aquello!
Bajaron por turnos del coche y los gemelos no pudieron evitar chincharse un poco entre ellos. Cuando dejaron de decirse tonterías, echaron los cuatro el cuello hacia atrás para ver la altura de aquel estadio. El edificio en sí era bastante espectacular, pero no les hacía especial ilusión tocar en un campo de fútbol. Podría decirse que ninguno de ellos era muy partidario de practicar o ver ese deporte, o cualquier otro en general.
Unos guardias que cuidaban la entrada intercambiaron algunas palabras con algún que otro guardaespaldas en inglés y después les dejaron pasar. Lo bueno que tenía el haber hecho aquel viaje en secreto (Habían avisado de forma oficial, o básicamente a la prensa, que llegarían a Madrid un día antes del concierto, por lo que por ahora no los acosarían) era que no tenían a un montón de periodistas encima agobiándoles e intentando sacarles preguntas de la piel a base de tenazas.
Les hicieron pasar y los chicos se quedaron asombrados con lo grande que podía llegar a ser un campo de fútbol, y no precisamente el principal de la ciudad, ya que era muchísimo más conocido el Bernabéu. Por lo que Bill había oído el Campo Nou era mucho más grande que aquel, cosa que estando en ese momento allí le parecía difícil de creer.
-       Bien chicos – se dirigió David a ellos cuando llegaron al pie del escenario que estaba colocado en uno del los extremos del campo de césped -. No nos alargaremos más de una o dos horas. No deis problemas.
-       Nunca los damos, Dave – rió Tom.
-       Precisamente no eres el más adecuado para decir eso – comentó el mánager irónico -. Vuestros instrumentos están encima del escenario.
-       Hecho – dijeron los cuatro a la vez y se dirigieron a la parte trasera del escenario, donde había unas escaleras que les permitirían subir hasta el entarimado.
Subieron a la tabla donde todo el equipo estaba montado junto con el jefe de sonido, que les indicó que debían tocar todo el rato, y que su equipo se encargaría de sacarles el mejor sonido que pudieran y que siguiesen tocas sus instrucciones.
De modo que, cada uno se posicionó en su sitio, cogió su respectivo instrumento y en el caso de Bill el micrófono y atacaron la canción Monsoon. Mientras tanto, David estaba en las cabinas de los comentaristas, desde allí estaban mirando a las pantallas de grabación de varias cámaras que grababa todo lo que los chicos hacían y hablaba con el jefe de grabación los ángulos que usarían y el matiz y los tonos que se podían mejorar. A los dos lados del escenario, habían colocado dos pantallas enormes donde enseñarían planos más cercanos de los chicos mientras cantaban.
            Abajo las cosas iban muy bien y con fluidez, los trabajadores estaban contentos de que aquel fuese un grupo fácil con el que trabajar, porque les había quien no podía aguantarlos.
-       Bien Tom, ahí la guitarra está perfecta – le dijeron al chico a través de un pinganillo – pero Georg, dame un poco más de bajo, sólo un poco más.
-       ¿Así? – preguntó Georg tras girar un poquito la ruedita del volumen de su bajo.
-       Sí, ahí genial – le contestaron.
-       Yo no me oigo – avisó Bill -. Me tapa un poco la batería.
-       Captado – le respondieron -. No hagas nada Gustav, de eso ya nos encargamos nosotros desde aquí.
-       Vale – aceptó el chico, mientras seguía dándole a la batería con todas las ganas del mundo.
Los trabajadores apuntaban posiciones y volúmenes que tendrían que mantener el día del concierto en unos cuantos folios. Como ya habían controlado aquellos instrumentos les pidieron que cantasen Komm, para encargarse de la música tecno y después World behind my wall, para poner a punto el piano.
-       Bill – llamaron al cantante durante un descanso -. Tenemos una grabación de los coros. Creemos que igual estaría mejor si los ponemos, ¿tú qué crees?
-       Me parece perfecto – respondió el chico -. Siempre he pensado que los conciertos quedan un poco vacíos y es porque faltan los coros. Llenan mucho y dan vitalidad.
-       Entonces cantad Sonnensystem para terminar y nos encargaremos de eso tan bien – acordaron los de la caja de sonidos.
-       Vale – Bill se volvió hacia los demás -. Venga chicos, Sonnensystem y al hotel a hacer el vago.
-       ¡Sí, el vago! – rió Tom, lanzando el puño al aire mientras su gemelo sacudía la cabeza, divertido.
Tom
Cuando terminaron las pruebas de sonido, con las que David y los chicos habían quedado raramente satisfechos, se volvieron a meter en los todoterrenos que les esperaban el una especia de sala que les había permitido usar como parking y pusieron marcha hacia el hotel.
Tom esta vez iba un poco más distraído y miraba por la ventana sin prestar mucha atención a lo que le decía Bill, que estaba entusiasmado con eso de que hubieran añadido los coros en un concierto.
-       ¡Es genial! – decía emocionado -. Ahora todo está completo y el sonido es más… - hizo aspavientos con las manos sin encontrar la palabra perfecta.
-       …acústico – le sugirió Tom con desgana.
-       ¡Sí! ¡Eso es! – y entonces se dio cuenta del estado de su hermano -. ¿Qué te pasa?
-       No lo sé – dijo mientras se frotaba en pecho -. Tengo una rara sensación aquí. Como que algo va a cambiar pronto.
-       Ya – afirmó Bill, rascándose la cabeza, contrariado -. A mí me pasa lo mismo.
-       Bueno – dijo el guitarrista sacudiendo los hombros -. Mejor quitarse de encima las malas vibraciones que dentro de nada tenemos que dar el mejor concierto del mundo.
-       Así se habla, hermanito – y chocaron las manos antes de girarse para hablar con los demás del grupo...