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martes, 6 de septiembre de 2011

Capítulo 2

Karen y Nöel
-       … ¿te acuerdas de cuando fui a la tienda de Oscar a comprar? – ante el asentimiento de su hermana siguió contando lo que le había pasado.
“Pues yo entré tan tranquila a la tienda y él me atendió cordial, como siempre, por lo que no me preocupé mucho y anduve curioseando antes de dirigirme a la caja para que me cobrara.
Entonces, yo fui tan campante hasta donde me estaba esperando él y obviamente, le di las cosas para que las pasara por el escáner y…”
-       Nöel – pidió Karen con cara de sufrimiento -. ¿Sería muy duro para ti contarme las cosas sin todos los detalles?
-       Aguafiestas – la riñó su hermana con una sonrisa, pero aceptó con un gesto de la cabeza y siguió con su relato.
“La cuestión es que cuando fui a salir para volverme a casa (donde, por cierto, estaban esperando también Alazne e Ilya, que aquel día había ido de visita después de no verles durante un par de meses), Oscar me agarró del brazo y me pidió que esperara porque tenía que decirme algo importante.
Sabes perfectamente qué es lo que me dijo. Se me declaró. No te voy a contar todo lo que me dijo al pie de la letra porque es algo que me incomoda un poco. Pero acortando, me dijo que me quería desde la primera vez que me vio (cosa que dudo, porque teníamos los dos cinco años), que lo era todo para él y que me necesitaba en su vida (como si no formase ya parte de su vida… ¡voy a comprar a su tienda dos veces por semana!).
Pero lo malo, malísimo no fue eso. Me cogió del brazo tan fuerte que me hizo daño y me intentó besar. Yo estaba tan asustada que no controlé lo que hacía e hice que se le cosieran los labios…”
-       ¿Que hiciste qué? – exclamó de repente Karen.
Lejos de estar enfadada y preocupada porque Nöel hubiese puesto en peligro su secreto, estaba divertida por la reacción de su hermana. Se reía a carcajada limpia.
-       ¡Bien hecho! – la felicitó dándole palmadas en la espalda -. Que se note que eres mi hermana.
-       Pero puse en peligro nuestro secreto y… ¡quieres dejarme terminar de contarlo todo! – se exasperó Nöel.
-       Sí, sí, claro – rió Karen, intentando controlarse -. Sigue, termina.
“En seguida le volví a poner los labios bien, por lo que él pensó que habían sido imaginaciones suyas. Y yo me escapé corriendo mientras él me llamaba a gritos. Intenté evitarlo de cualquier forma posible los siguientes días. No fui a su tienda, evitaba la calle donde vive y donde trabaja…
Pero un día le vi paseando con Maitane ¿esa chica mona que tiene un año menos que nosotras? Le estaba soltando el mismo rollo que a mí, sólo que a ella le hizo ilusión. ¿Te das cuenta de lo que ha hecho?”
-       ¿Y qué es lo malo? – preguntó Karen, confusa.
-       Pues que está utilizando a esa pobre chica para desquitarse – se quejó Nöel -. No es justo que porque yo le diera calabazas y se quede sin nadie con quien mojar (N: hacer el amor), tenga que aprovecharse de una chica que está enamorada de él y está dispuesta a darle lo que yo no le di.
-       Tienes razón – admitió Karen. A ninguna de las dos les gustaban aquellos casos y les enfadaba bastante -. Y la verdad es que Maitane es una chica muy maja. La conozco poco pero me ha causado buena impresión.
-       No podemos dejar así las cosas – se quejó Nöel.
-       Pero tampoco podemos ir adonde ella y decirle que Oscar la está utilizando – razonó Karen.
-       Podríamos hablar sólo con Oscar – aventuró la pequeña.
-       ¿Para que nos pida algo a cambio? – preguntó Karen, no muy seguro -. No sé yo.
-       Podríamos pedirle ayuda a Ilya – propuso Nöel.
-       Buen punto – murmuró pensativa. De repente su rostro se iluminó -. Pero ahora que te has quitado un peso de encima, vamos a hablar de algo más serio.
Las dos se miraron fijamente y se entendieron sin necesidad de palabras y luego exclamaron a la vez:    
-       ¡El concierto!
-       Tenemos que hablarlo con ama y aita (N: Papá es euskera) – dijo Karen.
-       Y con Ilya también – añadió Nöel -. Después de todo puede que sea un regalo un poco caro y necesiten su ayuda.
-       Tienes razón una vez más – le concedió Karen.
-       Lo sé – rió Nöel con chulería fingida, echándose el pelo para detrás de los hombros con gesto de diva.
-       No se te da muy bien hacer eso de la famosa cabeza hueca – rió Karen.
-       Será porque no lo soy – admitió la otra.
Lo que les quedaba de tiempo antes de que fuera demasiado tarde para volver a casa lo utilizaron para hablar y limar los últimos detalles que faltarían para aquella salida que harían a Madrid. Porque cuanto antes fuera y antes volvieran, mejor, por lo que se habían decidido por el concierto en el Vicente Calderón.
Cuando empezó a esconderse el sol, las gemelas volvieron a echarse al agua y nadaron de vuelta a la playa Ondarreta. Se aseguraron de que nadie las veía mientras salían del agua y volvían a convertirse en personas. Se apresuraron al coche, porque empezaba a soplar el viento y ellas, con el pelo mojado todavía, podían resfriarse. Se subieron rápidamente al coche y esta vez condujo Nöel de vuelta a casa.
Era un pequeño chalet que estaba en el monte Igueldo y daba al mar. Básicamente estaba sobre el mar. Era tal la impresión que cuando Karen y Nöel miraban al horizonte por la ventana de su habitación o por el balcón que había en el salón, parecía que lo único que tenían debajo era el mar, en vez de la falda del monte.
Nöel aparcó el coche en un garaje de cuatro plazas que había debajo del chalet y estaba al lado de una pequeña despensa en la que estaba la lavadora y unos pocos alimentos que se podían mantener en la temperatura ambiente. Por unas escaleras subieron al primer piso. Allí estaban el salón, el comedor, la cocina, las habitaciones y un par de baños. Al lado del salón había otra escalera que daba al segundo y último piso que tenía una habitación de invitados con baño propio, una terraza cubierta que las gemelas e Ilya utilizaban hace tiempo como habitación de juegos y otra terraza descubierta.
Sus padres les esperaban sentados en uno de los cómodos sofás que había en el salón. Tenía la tele encendida pero ninguno de los dos le hacía caso y estaban hablando entre ellos sobre algo que las hermanas no alcanzaban a escuchar. Se acercaron a ellos sigilosamente y les taparon los ojos desde detrás.
-       ¡Chicas! – se quejó Aleksandr -. ¿No sois un poco mayores para estos jueguecitos?
-       ¡Aitaaa! – protestaron las dos a la vez, mientras les quitaban las manos de los ojos -. A ti te encanta que sigamos jugando con vosotros como cuando éramos más jóvenes y mimosas.
-       Mimosas… lo seguís siendo – rió Anastacia, que parecía que se había librado de las garras de la tía Juanita y había conseguido llegar a casa antes de la una de la madrugada.
-       Vale pues – fingió enfurruñarse Karen, cruzándose de brazos -. Nos portaremos como adultas aburridas y así ya no habrá ningún problema.
-       ¡Eso! – corroboró Nöel, cruzándose también de brazos.
-       Mira lo que consigues – riñó Anastacia a Aleksandr -. Nuestras nenas se han enfadado.
-       Por supuesto que no – dijo mientras se levantaba y las abrazaba a las dos a la vez. Era muy corpulento y tenían un físico muy cuidado a pesar de su edad -. Si casi nos quieren más que nosotros a ellas.
-       ¿Cómo que casi? – rió Nöel mientras le devolvía el abrazo -. Os queremos lo mismo.
-       Nunca lo dudéis – afirmó Karen.
-       ¿A qué vienen tantos cariños? – preguntó Anastacia, suspicaz, con el sexto sentido de las madres alerta.
-       ¡Nada! ¿Es que acaso no podemos deciros cuánto os queremos? – Karen puso morritos.
-       Karen – dijo Anastacia con tono condescendiente.
-       ¡Oh, está bien! – protestó Karen -. Pero os lo diremos cuando esté Ilya también.
-       Pues estáis de suerte – comentó Aleksandr mientras se dirigía hacia la cocina -. Ha llamado hace un rato y ha dicho que venía a cenar.
-       ¿Viene Alazne? – preguntó Nöel, a la que caía muy bien su cuñada.
-       Supongo que sí – sonrió Anastacia mientras seguía a su marido.
-       ¡Guay! – soltaron las dos gemelas y se fueron trotando escaleras arriba a la habitación de invitados.
No usaban casi nunca aquella habitación, únicamente cuando venía alguien de la familia a visitarles. Entonces, se quedaban a dormir allí. Pero por lo demás, era un refugio para las dos hermanas. Como era una habitación que estaba un poco apartada, subían allí cuando quería aislarse un poco de todo.
Habían puesto una alfombra enorme a los pies de la cama donde preferían tumbarse antes de usar la cama. Una vez más, se tumbaron boca arriba, una a cada lado, con sus coronillas (N: Parte de arriba de la cabeza) rozándose.
-       ¿Estás segura de que deberíamos pedirles algo tan gordo como regalo de cumpleaños? – preguntó Nöel, dubitativa.
-       Vamos a cumplir 20 años, Nöel. Es la edad perfecta para que nos regalen unas entradas para un concierto y una noche en un hotel (¡Por mí como si es una albergue!) – razonó Karen.
-       Pero… - Nöel seguía sin estar segura.
-       Que hace unos años no nos los regalaran es entendible, éramos demasiado pequeñas – comentó Karen -. Pero dentro de un par de años ya seremos demasiado mayores y tendremos más obligaciones – prosiguió la chica -. Además, ¡no sabemos cuándo podrán volver después!
-       Tienes razón – admitió Nöel.
-       Pues claro que sí – sonrió la otra cruzando los brazos debajo de su cabeza.
-       Al habla Miss Ego – rió Nöel.
-       ¡Quién fue a hablar! – la retó Karen.
Estuvieron un tiempo pinchándose la una a la otra y hablando de cosas sin importancia. Entonces, pasado un rato, les llegó la voz de Anastacia escaleras abajo. Las llamaba anunciando que Ilya y Alazne ya habían llegado y que la cena las esperaba servida en la mesa.
Se levantaron con celeridad y salieron rápidamente de la habitación, apagando la luz y cerrando la puerta a su paso. Bajaron las escaleras al trote. Desde el penúltimo escalón saltaron y aterrizaron en los brazos de Ilya, que las esperaba a los pies de la escalera.

Ilya

El joven vio cómo dos sonrisas iguales iluminaban los rostros de sus hermanas al verle y saltaban alegremente a su encuentro.
-       ¡Hola! – chillaron las dos a la vez con euforia.
-       ¿Qué tal están las mimadas de la casa? – rió Ilya mientras recibía sendos y sonoros besos en cada mejilla.
-       ¿Cómo que mimadas? – fingió ofenderse Karen.
-       Si somos geniales y súper formales – se quejó Nöel.
-       Definitivamente hoy están en contra de nosotras – rió Karen.
-       Si supierais todo y lo bien que hablar de vosotras – rió Alazne, alzando la voz para atraer la atención de sus cuñadas y amigas.
-       ¡Alazne! – la saludaron con alegría a ella también, dándole fuertes abrazos.
Ella rió encantada, y su marido también. A Ilya le encantaba que toda su familia se llevara tan bien con Alazne y la quisieran tanto. Al principio había sentido miedo porque no sabía si llegarían a aceptarla, además tenía que ser una chica de confianza para que pudiese guardar el secreto acuático de la familia. Pero Alazne enseguida había dado muestras de ser completamente leal y fiel y la habían acogido al seno de la familia sin ningún reparo y con gran alegría.
-       Bien – comentó Ilya frotándose las manos - ¿qué es lo que nos queríais pedir?
-       Cuando empecemos a comer hablaremos sobre ello – dijo Nöel mientras guiaba a todos hacia el comedor.
En el centro de la sala había una mesa cuadrada de madera de ébano cubierta con un mantel de tela beige con motivos florales y frutales bordados por Anastacia. Se sentaron todos a la mesa, dispuestos a empezar una cena más o menos formal pero ligera. Se abstuvieron de hablar del concierto al principio y estuvieron hablando de temas bastante más distintos. Los estudios de las gemelas y el importante cargo de empresa que tenía Ilya en un banco bastante afamado de Euskadi.
-       Nos falta un año para terminar la carrera y ya estoy deseando empezar a trabajar para poder emanciparme e ir a vivir sola por ahí – soltó Karen con desparpajo.
-       ¿Y a mí que me ensarte un toro, no? – gruñó Nöel.
-       No, tonta – rió Karen mientras le revolvía el pelo -. Tú te vienes conmigo vaya a donde vaya.
-       Ya decía yo – sonrió la otra.
-       ¿Y tú Ilya? – le preguntó Aleksandr a su primogénito -. ¿Cómo te va?
-       Bien, mejor ahora – rió el chico mirando a Alazne -. Han ascendido a Alazne y ahora es mi mano derecha.
Porque así se habían conocido. A Ilya le tocó hacerle la entrevista para un puesto vacante en la empresa a Alazne y desde entonces nació una historia de amor tierna y fuerte. 
-       ¡Qué noticia más buena! – aplaudió Anastacia -. Me alegra mucho que estés tan bien los dos juntos. Alazne, si te soy sincera, nunca pensé que mi hijo recapacitaría y asentaría la cabeza de este modo.
-       No digas más, por favor – se sonrojó su nuera – o me voy a sonrojar.
-       ¡Error! – proclamó Karen -. Ya estás roja.
Y era cierto eso de que Ilya había recapacitado. Cuando era más joven no era mal chico. Siempre se había portado bien y había mostrado respeto hacia los demás. Pero en  los temas de chicas había sido un poco dejado. No había tenido nunca una novia duradera. Le duraban dos semanas como mucho, porque no acababa de implicarse del todo en la relación, pero a la hora de cortar con quien fuera su novia de turno, siempre había tratado de hablar con ellas en persona para que entendieran lo que le pasaba. Nunca se le había ocurrido dejar a nadie por un mensaje de teléfono y dejándola en ridículo delante de sus amigos. Siempre con respeto y directamente a la cara. Sus padres creían que no eran más que caprichos de adolescente alocado, pero las gemelas sabían que la cosa era bastante distinta en realidad.
Ilya se pillaba enseguida por una chica, pero no caía enamorado inmediatamente. Pero todo eso era porque creía que iban a ser duraderas y la que estaba destinada a estar con él para siempre. Creía en el amor a primera vista y para toda la vida. Él siempre había estado buscando su media naranja, por eso se había llevado tantos chascos con sus relaciones. Pero eso terminó cuando conoció a Alazne.
De ella sí que se enamoró desde el primer momento. Y como bien le dijo su instinto (Ya que el sexto sentido de los chicos es inexistente xD), al cabo de un año y medio de noviazgo terminaron casándose en la iglesia de San Martín en la Parte Vieja.
-       Ahora sí – dijo Aleksandr despertando a las gemelas de su ensoñación mientras su esposa servía el postre -. Nos diréis qué es lo que os estáis guardando.
Las dos se miraron durante unos instantes y asintieron con la cabeza, decididas a que uno de sus mayores sueños se cumpliera. Cómo no, fue Karen la que se lanzó a explicar a sus padres, hermano y cuñada lo que querían.
-       Veamos – Ilya se preparó para lo que fuera que iban a contar las chicas.
-       Bueno… - comenzó -. Nosotras cumplimos 20 años dentro de prácticamente unas semanas. Pero dentro de menos días habrá conciertos de Tokio Hotel en Madrid y Barcelona.
-       Creo que ya sé por dónde va la cosa – musitó Anastacia, arqueando una ceja interrogativamente.
-       El de Madrid es el 6 de Julio en el Vicente Calderón y coincide con el viernes de dentro de dos semanas – Nöel dio más información sobre el evento.
-       ¿Podríamos ir? – preguntaron las dos a la vez con cara de cachorro -. Como regalo de cumpleaños.
-       ¿Qué decís?
-       ¿Cómo?
-       ¡Lo sabía!
-       Me parece estupendo – la única que tuvo una buena reacción fue Alazne.
-       ¿Que qué? – le preguntó Ilya, girándose hacia ella como si le hubiese dado calambre.
-       Cariño, son mayores. Están en la edad de decidir y disfrutar – le dijo mientras le cogía una mano -. Es una ilusión que tienen desde hace mucho. Además, ¡sólo es un concierto! No van a montar una orgía.
-       ¿Orgía? – la cara de Aleksandr estaba cambiando del rojo al morado simultáneamente.
-       No seas drástico,  hombre – le dijo su mujer dándole un golpecito en el brazo -. Estoy de acuerdo con Alazne: deberíamos dejarles ir.
-       Pero… ¿ellas dos solas? ¿A Madrid? – rugió Aleksandr.
-       ¿En el Vicente Calderón? ¿Sabes la de gente que entra ahí? – añadió Ilya.
-       ¡Por favor! – rogaron las gemelas.
-       Pero es peligroso y los chicos… - balbuceó su padre.
-       ¡Aita! – se quejaron -. Que vamos al concierto no ha una discoteca a montárnoslo con un desconocido – añadió Karen.
-       No estás consiguiendo convencerme con eso – gruñó el hombre.
-       Pe-Pero… ¿estáis seguras? – tartamudeó Ilya. Le daba miedo lo que pudiera pasarles -. Podría ser peligroso.
-       ¡Tengo una idea! – exclamó entonces Alazne.
-       ¡Dila! – le pidieron las gemelas, pues sabían que no había nada que Ilya le negara -. ¡Ya!
-       Podríamos Ilya y yo con vosotros – explicó ésta -. Al fin y al cabo, estamos de vacaciones. Podríamos quedarnos los cuatro en un hotel por una noche. Ellas se van por un lado y nosotras por el otro. Pero las acompañamos hasta el estadio y luego las recogemos. ¿Qué os parece?
-       Pero… - empezó a quejarse Karen.
-       ¡Cállate! – le riñó su hermana pegándole un manotazo en el brazo -. Igual es la única forma que conseguiremos para ir.
-       Cariño ¿estás dispuesta a irte a Madrid con éstas dos? – su marido la miró extrañado, pero un poco más relajado.
-       Si es lo que hace falta para que puedan ir – comentó Alazne mientras les guiñaba un ojo a Karen y Nöel – sí.
-       Está bien – aceptó Ilya con un suspiro.
-       ¡Sí! – gritaron las tres jóvenes a la vez.
-       ¿Aita? – Nöel sabía que la última palabra la tenía él.
Ilya se dio cuenta de la nostalgia que brilló en los ojos de su padre cuando miró a sus hermanas. Se estaba dando cuenta, igual que él, que sus niñas estaban creciendo y cada vez necesitaban más libertad y aire libre para hacer su propia vida. Era difícil aceptar que las dos pequeñas de la casa ya no lo eran y deseaban abrir sus alas y volar hacia el mundo abierto de posibilidades.
Las miró una vez más antes de bajar la vista a las manos que estaban entrelazadas en su regazo dando un fuerte y sonoro suspiro. Las chicas lo miraban con expectación. Sintió que Anastacia ponía una de sus manos sobre las de él. Alzó la cabeza para mirar a la mujer que tantos años llevaba viviendo con él. Y vio en su mirada algo que hizo que se decidiera.
-       Iréis – hubo un estallido de alegría al ruidoso en la sala que le hizo sonreír a él también -. Pero con la condición de que Alazne e Ilya vayan con vosotras y hagáis los planes tal y como los ha planteado Alazne
-       Sí, sí, sí – dijo Karen echándose a sus brazos y estrujándole -. Como si tú nos pones mil condiciones más.
-       Gracias aitatxo (N. A.= papi o papaíto en euskera) – sonrió Nöel dándole a su aita un tierno beso en la mejilla.
Se giraron la una a la otra y se abrazaron dando grititos de euforia y dando saltitos en círculos. Los cuatro que todavía estaban sentados a la mesa los miraron divertidos. ¡Sí! ¡Lo habían conseguido!...

3 comentarios:

  1. una pregunta...la que ha propuesto eso no era alazne?? por qué al final pone nerea??

    que chulo, no???
    imaginas si a Ilya no le caen bien los gemelos cuando lo conozcas??xdd
    un besazo!!

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  2. Aran! en que me has metido! hahahahaah
    me encanto!!!!!
    siento que esta linea de historia tiene mucho potencial! ;)
    necesito preguntarte algo: a qué te refieres con "mimosa"? sólo tengo una palabra como sinónimo, pero estoy segura de que en europa no la utilizan! creo que te refieres a lo que aca es "chipilona" hahahahaha

    saludos!
    mac

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  3. Lo siento Mery por liarte. Es que en un principio se iba a llamar Nerea pero luego lo cambié por Alazne y puede que se me colara algún nombre. Ya lo he cambiado.
    Mac, mimosa es como cariñosa, melosa, dulzona... no sé cómo explicartelo.
    Bss

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